Cuando mi abuelo se dio cuenta de que se estaba haciendo viejo escribió una carta para su familia, en ella explicaba que con la vejez vienen episodios en los que falta memoria y sobra testarudez, nuestra paciencia es limitada y llega la necesidad de apoyo físico y atenciones que nos vuelven dependientes del cuidado y la disposición de alguien más.
Pidió paciencia y empatía, pidió que entendiéramos que era algo que no estaría en sus manos, pues el deterioro del cuerpo y la mente sigue un proceso que todavía no podemos controlar.
Cuando leí su carta lo admiré, vi a una persona pidiendo disculpas anticipadamente por acciones que pudiera llegar a cometer al encontrarse con las consecuencias de una situación que no dependía de él; pero además, vi a una persona que pedía ayuda antes de necesitarla.
Nos recordó que una vez que la situación se presenta y alguien que queremos atraviesa una etapa difícil, sus amigos y sus familiares podemos sentirnos abrumados y olvidarnos de lo más importante, el apoyo y la comprensión que esa persona se ha ganado.
Nos recordó lo que “en las buenas y en las malas” significa.
Nos recordó que vivimos equivocadamente en un mundo en el que si algo te incomoda o te pone en segundo lugar, ¡olvídalo!, ¡déjalo ir!.
Que injustos y que egoístas somos cuando nuestra incondicionalidad se pone difícil, cuando nos toca esforzarnos por quienes queremos y se nos complica demostrar que estamos.
Deberíamos de ceder más, dar más, querer más y esforzarnos más por las personas que nos necesitan; compartir con las que pasan por momentos fáciles y felices, pero también comprender y acompañar a quienes viven situaciones tristes o difíciles; pues es estar para alguien independientemente de la situación que atraviese. Eso es incondicionalidad.
Andrea.