Creciste en una cultura que te hizo pensar que todos engañan, que no debes de creer en la palabra, que tienes que desconfiar de lo desconocido y no estar cómodo hasta que te sientes cien por ciento seguro.
No te dejas querer a las personas, de entrada te haces la idea de que no te importa y que las cosas se hacen sin sentimiento.
La verdad es que te da miedo equivocarte, le temes a no poder levantarte de una decepción, por eso prefieres resguardarte en ese “yo no quiero a nadie”, pues según tú si no le crees a nadie, nadie tiene el poder de decepcionarte.
Piensas que un corazón suave es una debilidad, crees que preocuparte por los demás es un contratiempo y que querer lo mejor para otros es sentir sus fallas como tuyas.
Pero si le pones una armadura pesada a tu corazón frágil, el peso te va a cansar, no poder apoyarte en nadie va a ser lo que te va a doler y haciéndote el fuerte no lo vas a poder resolver.
No significa que necesites de alguien más para ser feliz, significa que debes tener la inteligencia emocional pera poder relacionarte sin tener que lastimarte, que entiendas que aveces con los demás no sale como queremos y no pasa nada, avanzamos sin quebrarnos con la idea de que con todos crecemos y que de todos aprendemos.
Ten la seguridad para abrir la puerta y que tu casa no tiemble, sentir es un regalo, todo en esta vida es prestado, hasta eso que te hace ser tú.
Presume que sí tienes sentimientos y que los tienes bajo control, eso es lo que demuestra fortaleza y resiliencia, no la idea tonta e inmadura de ser frío, de piedra e insensible. Atrévete a conocerte también a través de otras personas, pero sobre todo no te engañes tú mismo y se tú siempre, a solas o acompañado.
Andrea.
Cuantos momentos nos hemos privado por darle la rienda a nuestros miedos. Que dicha tan grande el poder sentir, que dicha tan grande el poder vivir.
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