Estaba en una boda civil, iba más por la convivencia que por los novios porque yo solo era la acompañante de un invitado, pero igual, siempre entretiene ver cómo dos personas se portan el día que deciden cambiar su estado civil con intenciones permanentes.
El oficial del Registro Civil era simpático, empezó la ceremonia haciendo bromas sin que pareciera que las recicla en todas sus bodas.
Todos se rieron, después se callaron y llego ese silencio nupcial que despierta la inquietud en todas las mentes de los invitados.
El oficial siguió usando palabras que calmaban al novio y tranquilizaban a la novia, les dijo que a partir de hoy todo sería una decisión, que absolutamente todo en un matrimonio tenía solución… menos una cosa, pero ese día no hablaría de eso.
Inmediatamente pensé en esa cosa, pero estoy segura que todos pensaron en otra. Todos pensaron en la infidelidad, esa traición que muchos consideran imperdonable.
Que vacíos y superficiales somos al poner condiciones carnales a una unión tan intangible, atamos a las personas a una condición y la obligamos a no poder con esa presión.
La única cosa que no tiene solución en un matrimonio no es la infidelidad, la única cosa que no tiene solución en un matrimonio es la muerte.
Se nos va el tiempo pensando en las condiciones y las expectativas que otros tienen que cumplir para poder estar con nosotros y no valoramos a quienes no nos fallan; no porque firmaron un contrato, sino porque no quieren.
Cada quien decide cómo formalizar sus sentimientos, unos le llaman matrimonio, otros de otra manera, al final del día lo importante es querer vivir de tal manera que ni la muerte los separe.
Andrea.