Me gusta creer que venimos al mundo sabiéndolo todo, que aprendimos mucho del lugar del que venimos y que mientras más chicos somos más maestría tenemos.
Siendo bebés sabemos qué necesitamos y al ser niños no dudamos de nosotros, al avanzar en la vida las cosas cambian.
Vamos conociendo la “realidad” del mundo al que llegamos, vamos observando en otros una percepción rígida e incuestionable sobre el bien y el mal, la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Aprendemos a juzgar.
Es difícil no hacerlo, algunos dirían que imposible; nuestra curiosidad y, debo decir… nuestro miedo, nos impulsa a buscar reseñas y a querer saber las consecuencias que otros tuvieron al hacer o dejar de hacer. Queremos controlarlo todo aplicando ese criterio que aprendimos.
Creo que la realidad sobre lo bueno y lo malo esta en la propia experiencia y el sentimiento que nace de ella en nosotros. Creo esto porque he comprobado que cuando no tenemos ni idea de qué esperar, cuando llegamos a un lugar o hacemos algo sin expectativas o prejuicios, es cuando más nos sorprendemos y nos conocemos.
Así llegan los niños indomesticados a todos lados, no saben ni a donde van ni qué van a hacer, se dejan ser en donde los pongan. Se guían por sus ganas y no por la inútil predisposición que llega con el pensamiento de “¿que obtengo de esto? ¿es bueno o es malo?”.
Pienso que no hay mayor sabiduría que aprender como niños salvajes y valientes… decidiendo por experiencia y no por miedo, reglamento o imposición.
Andrea.