Despertar.

Me soñé otra vez en un coche que no podía manejar. El desorden en el pensamiento detenía mi movimiento y el control del volante era imposible de tomar, el destino al que me dirigía retraía mi motivación para llegar.

Elegí pasarme al asiento de atrás y pseudoconfiar, me repetía “solo déjate llevar”, aunque no podía evitar sentir impotencia por alejarme de mi decisión y realidad. Cada kilometro recorrido me acercaba a un oasis construido por alguien más. Sofocada y amarrada, en vez de protegida y cuidada por el cinturón de seguridad; frustrada y con ganas de gritar “¡Para! Me siento insegura con esta velocidad. ¡Gira! Da vuelta en la calle de allá atrás, son muchas las cosas que me falta descifrar”. No me atrevía a hablar. Parecía que corría menos riesgo dedicándome a observar, pero reprimir mis impulsos me hacía llorar y asustar a los demás, no poder explicar mis sentimientos me volvía a paralizar.

Ahí, todavía sentada en el asiento de atrás, cerraba mis ojos fabricando distracciones y buscando mentiras que me contaran algo más, entreteniendo historias que como pasatiempo me tranquilizaba inventar; hasta que la pesadez de la soledad me sacudió y me obligó a despertar. La inquietud de la incertidumbre me prohibió el descanso, pero sembró la valentía y la rebeldía que impulsan el atrevimiento de desmantelar un pensamiento.

Sufrir en impotencia era lo que aparentemente menos esfuerzo requería, el papel de víctima me ofrecía simpatía y el conformismo de creerme incapaz de otra posibilidad me contenía. Romper el hechizo de mis fantasías alimentó muchas veces mi apatía, hasta que entendí que esa respuesta era un mecanismo en mi defensa porque me aterraba sentir en el cuerpo la orquesta que mi mente dirigía, entonando la sinfonía de los futuros que representarían el no atreverme a vivir como yo quería.

Somaticé la polarización, la batalla entre mi corazón y mi mente, la separación de mi estomago y mi intuición, coseché una rigidez que parecía inquebrantable, producto de vivir en un mundo basado en una moralidad definida por algún ego que creyó tener todas las respuestas.

Ideas de otras personas sembraron el ruido que aturdía el inconsciente de mis sueños, la idea de no querer errar por temor a chocar con las temibles consecuencias de equivocarme.

Dormida pensé que el sueño era lo difícil de atravesar, pero al abrir los ojos al vacío y a la reflexión existencial, me di cuenta de mi responsabilidad. El control es mío y elegir mi verdad es el verdadero y único desafío que necesito experimentar. Mi único error es avanzar sin preguntar, el miedo a manejar viene del conflicto que me da vivir sin cuestionar.

Andrea.

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